Conozco a Harold Trompetero y he tenido el placer de conocer un poco de él y su trabajo. Una de las cualidades que más valoro en Harold es su capacidad para reconocer sus errores y fracasos, lo que valida aún más su opinión y perspectiva crítica sobre el cine. Harold tiene algo muy claro: más allá de la historia que se cuenta en pantalla, hay una evidente desconexión entre los creadores y la audiencia. Hacer cine con apoyo de estímulos públicos aumenta la visibilidad de historias diversas, pero en Colombia no existe una diversidad audiovisual lo suficientemente robusta como para decir que contamos con una pluralidad de relatos. Aquí no hay una verdadera industria cinematográfica ni un modelo claro que la sustente.
El cine y las plataformas de streaming han abierto nuevas ventanas para la comercialización, pero muchas buenas historias carecen de la promoción adecuada. Y quiero subrayar que esa promoción es marketing, aplicado al producto cinematográfico. Hacer películas para destacarse en festivales está bien, crear una marca personal es esencial, como lo han hecho Kubrick, Aronofsky o Buñuel. Solo con leer sus nombres o apellidos, ya identificamos una estética, una narrativa, una visión.
En Colombia, sin embargo, ese modelo no existe. Más allá de Dago García, no tenemos un referente sólido para hablar de una marca personal en el cine. Sinceramente, al cine colombiano le falta buen marketing. Le falta construir audiencias, conectar con el público masivo, contar historias que no solo reflejen pluralidad, sino que también resuenen con quienes tienen el poder adquisitivo.
Un ejemplo interesante es Sofía Vergara, quien, como productora de Griselda, contrató a Andy Baiz para dirigir la serie. Él, a su vez, trajo al equipo que trabajó en Narcos en Netflix, aprovechando su experiencia para dar vida a una historia que, aunque es colombiana, ha logrado una universalidad impresionante. Sofía Vergara, ahora candidata a ganar un Emmy como Mejor Actriz, contó una historia universal que nació del talento de mentes y manos colombianas. Entonces, ¿por qué es tan difícil contar esas mismas historias aquí en Colombia?
A esto hay que sumarle que, si bien el talento creativo en el país es innegable, aún no se invierte lo suficiente en la formación de expertos en mercadeo cinematográfico. La falta de estrategias sólidas para posicionar nuestro cine en mercados internacionales no solo afecta su percepción global, sino que también limita su sostenibilidad. Las plataformas digitales ofrecen una oportunidad sin precedentes para llegar a audiencias más amplias, pero sin inversión en marketing y distribución, muchas de estas historias se perderán en el mar de contenido global.
Es necesario que los cineastas y productores entiendan que el marketing no es un añadido al final del proceso creativo, sino una parte integral. Sin una estrategia que conecte emocionalmente con las audiencias, incluso las mejores historias pasarán desapercibidas. El cine colombiano necesita aprender a venderse, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, si queremos construir una industria sostenible que impulse nuestro talento y nuestras historias.
Este artículo lo escribo como respuesta a modo de comentario al video: Harold Trompetero: “El principal problema del cine colombiano, son los cineastas colombianos
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